15.11.2019 -
¿Son las meras exhortaciones a la renuncia la solución para la lucha contra el cambio climático? En cambio, se condenan las soluciones innovadoras, lo que podría tener unas consecuencias potencialmente catastróficas.
La activista contra el cambio climático Greta Thunberg denuncia a la generación adulta y la acusa de haber ignorado los datos científicos sobre el cambio climático y sus causas durante demasiado tiempo. «¿Cómo se atreven?» («How dare you?»), les acusó, terminando con una llamada de alarma: «El mundo se está despertando y el cambio va a llegar, les guste o no». (The world is waking up. And change is coming, whether you like it or not»).
El mensaje llega, porque aúna un discurso memorable con un personaje icónico, una heroína. Ha atraído a la juventud, como demuestra el continuo movimiento de «Fridays for Future» y los políticos, en su lucha por atraer a los votantes, lo entienden como una señal de que deben mejorar o defender ante sus rivales su imagen relativa al clima. No obstante, no son los jóvenes, sino los mayores quienes deciden sobre sobre las victorias o derrotas en las urnas. El movimiento de los chalecos amarillos en Francia debería servir de aviso a los políticos para que las medidas de protección del clima sean tan aceptables como sea posible para la sociedad, lo que les hace rehuir unas decisiones sostenibles, pero difíciles –como la introducción de una amplia negociación de certificados de CO2 o un impuesto a sus emisiones–. Pero si el mecanismo de dirección de los precios se contrarresta con medidas que lo compensan, todo queda igual que antes.
«¿Cómo se atreven a pretender que esto se puede resolver continuando como siempre y con algunas soluciones técnicas?» («How dare you pretend that this can be solved with just ‚business as usual‘ and some technical solutions?») La primera parte de la frase es un recordatorio urgente de que «seguir como siempre» no permite alcanzar el objetivo. Continuar con «business as usual» y un toque verde, no se resolverá el cambio climático ni se conseguirá mejorar la imagen de manera duradera. No obstante, la segunda parte de la frase suena irritante. ¿Por qué condenar las soluciones técnicas? ¿Cómo, si no es con innovaciones y nuevas tecnologías, podrán alcanzarse unos objetivos climáticos ambiciosos? Pero para ello, hacen falta unas directrices y unas condiciones claras de las políticas con las que las empresas puedan contar y en las que puedan basar sus estrategias a largo plazo. Las empresas que operan sosteniblemente con buenos resultados entienden que deben formar parte de la solución y así poder crear o mantener al mismo tiempo puestos de trabajo.
«[...] y de lo único que hablan ustedes es de dinero y cuentos de hadas de un crecimiento económico perpetuo. ¡Cómo se atreven!» (…and all you can talk about is money, and fairy tales of eternal economic growth. How dare you!»), reprochó Greta. Sin embargo, la prosperidad económica no debe malinterpretarse como cuentos de hadas. Sin crecimiento económico no puede protegerse el clima de manera duradera, ya que esto no solo cuesta dinero, sino que además socavaría los sistemas de seguridad social. Para asegurar un futuro viable para las generaciones actuales y futuras, debe proveerse de alimentos, electricidad y medicamentos a 7.700 millones de personas del planeta. El movimiento de «degrowth» (decrecimiento o postcrecimiento) niega estas necesidades al abogar por una reducción de la economía mundial mediante una renuncia forzada.
Aparte del hecho de que no hay ningún órgano legítimo y reconocido que pueda determinar qué es irrenunciable en cada caso concreto, esto podría parecer viable a todos aquellos que no necesitan un empleo ni los beneficios de un sistema de seguridad social.
No obstante, quienes necesitan un trabajo, quieren poder acceder a las prestaciones de enfermedad y precisan de una pensión cuando se jubilen, sufrirían personalmente las graves consecuencias de un declive económico. Una contracción masiva comportaría un aumento del desempleo, una implosión de la recaudación fiscal y, debido a la evolución demográfica, un colapso de los sistemas de seguridad social. Las consecuencias serían un paro generalizado, pobreza y conflictos sociales. El clima también resultaría afectado, ya que la protección climática ya no sería apenas una prioridad para una población que lucharía por su existencia. La dinámica de innovación e inversión se desaceleraría, perjudicando la base económica así como ecológica de las generaciones actuales y futuras.
Finalmente, la revolución devoraría a sus hijos, y los acusadores de hoy se sentarían a su vez en el banquillo de los acusados y deberían hacer frente a los siguientes reproches: «Ustedes, con buenas intenciones, querían salvar el medio ambiente; pero ¿cómo podían ustedes creer que con la abolición de los SUV, algunos euros de impuesto medioambiental para los vuelos y bicicletas de carga para el tráfico urbano podría detenerse el cambio climático? ¿Por qué impidieron unas soluciones constructivas, por qué condenaron la economía de mercado y, por consiguiente, se jugaron nuestro futuro económico?
Soluciones existen... si los políticos se atrevieran a adoptarlas. Unos sistemas de incentivos inteligentes promueven una economía y un consumo respetuosos con el medio ambiente y penalizan las presiones ambientales. Los economistas lo llaman internalización de costes externos. Se fija un precio al uso de recursos y el bolsillo dicta lo que unos mensajes bienintencionados no logran hacer. Esto se aplica a las empresas, los hogares y el Estado (en este caso, el bolsillo es el de los demás). Los Verdes [de Alemania] han recogido esta idea en sus conclusiones del congreso del partido en noviembre: «Establecer unas reglas es el sentido de la política y, al mismo tiempo, el mejor motor de innovación». Instan a una «combinación inteligente de medidas de precios del CO2, incentivos y promoción, así como legislación». El precio de una tonelada de emisiones de CO2 debería elevarse inicialmente a 40 euros y, a partir de 2021, a 60 euros. Según nuestros cálculos, esto incrementaría el precio de un litro de gasolina (IVA incluido) en unos 11 y 17 céntimos respectivamente y el del diésel, en 13 y 19 céntimos respectivamente. En contrapartida, deberían reducirse los impuestos sobre la electricidad y pagarse a cada ciudadano 100 euros anuales para «gastos de energía».
Este sería un regalo con fines electorales que costaría 8.300 millones de euros, sin que ayudara al medio ambiente. Un alza de los precios del CO2 es en principio positiva, sobre todo si se introdujera en toda la UE. Es más efectiva que una política de prohibición, porque fomenta la innovación y el desarrollo de nuevas tecnologías sin pretender controlar a los ciudadanos. Podría incluso contribuir a un milagro económico verde, un tipo de «Green New Deal», si se enfocara correctamente y orientara la energía de científicos, empresarios e ingenieros hacia la dirección correcta. Entonces podría considerarse efectivamente la llamada de alerta de Greta Thunberg, con una perspectiva histórica, como una señal de un cambio.
El pánico y las emociones, en cambio, no son una buena guía: llevan o bien al pánico y un impulso de actuar (como nos enseñan reiteradamente las bolsas) o bien al mantenimiento desesperado del statu quo. Sin embargo, con una mera redistribución en vez de un crecimiento sostenible, no se logrará equilibrar los intereses ecológicos y económicos de los jóvenes y los mayores. Las víctimas serían las generaciones más jóvenes.
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