15.03.2021 -
Desde hace un año, los bancos centrales intentan amortiguar el impacto de la pandemia de coronavirus con una política monetaria ultraexpansiva. Hacemos un balance provisional.
Cuando el gobierno chino puso a Wuhan en cuarentena en enero de 2020, la pandemia parecía aún muy lejana desde la perspectiva occidental. Aproximadamente un mes después, el 21 de febrero de 2020 se confirmó el primer caso positivo de coronavirus en Lombardía, Italia.
Las consecuencias no se hicieron esperar. El aumento de la incertidumbre se reflejó inmediatamente en los mercados de capitales y, ya el 28 de febrero, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal estadounidense (Fed), compareció por primera vez ante los micrófonos de la prensa mundial. Su mensaje: la política monetaria estaba preparada para responder “de forma inmediata y decisiva”. El 2 de marzo, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), siguió su ejemplo y también publicó una declaración extraordinaria en la que afirmaba que tomaría “medidas apropiadas y específicas” si fuera necesario.
Ya ha pasado cerca de un año desde aquellos acontecimientos. El mundo ha cambiado mucho desde entonces y la política monetaria ha cambiado con él. El patrón de comportamiento de los bancos centrales no ha cambiado fundamentalmente desde la crisis financiera de 2008 y están al quite si hay dificultades. Sin embargo, desde 2020 se puede identificar una diferencia con respecto a las crisis anteriores: la velocidad y la escala con la que los bancos centrales respondieron a la crisis del coronavirus fijaron nuevos estándares sin lugar a duda.
Cuando varios países europeos impusieron un primer confinamiento a mediados de marzo del año pasado y EE. UU. declaró el estado de emergencia nacional el 13 de marzo de 2020, a los pocos días se sentaron los cimientos de las medidas de los bancos centrales más gigantescas de todos los tiempos:
Posteriormente, se hicieron varios ajustes e incrementos en los programas. Sin embargo, al cabo de pocos días, los “prestamistas de último recurso” habían hecho honor a su reputación. El resultado de estos eventos es bien conocido.
Una deuda pública cada vez mayor requiere tipos de interés permanentemente bajos, al menos sin tasas de inflación y de crecimiento que se asienten en un nivel más alto de forma sostenida. De lo contrario, las finanzas del Estado estarían destinadas a desequilibrarse. La política monetaria tiene un papel clave en este contexto. Su mandato se centra, por un lado, en la estabilidad de los precios que se define comúnmente como un objetivo de inflación del dos por ciento. Dado que este objetivo se ha incumplido en muchos lugares durante años, fue comparativamente fácil justificar las medidas más expansivas en el pasado.
Sin embargo, muchos bancos centrales consideran que otro objetivo de su mandato es apoyar la política económica general. Incluso si la inflación repuntara ligeramente en todo el mundo y en un futuro próximo, esto no significaría de ninguna manera un final inmediato o incluso una reversión de las medidas ultraexpansivas. Los bancos centrales difícilmente querrán correr el riesgo de cortar de raíz una recuperación económica en vista de la reciente caída de la economía. Por lo tanto, la probabilidad de que observen inicialmente la recuperación del mercado laboral desde la barrera es alta.
Así pues, es probable que los bancos centrales continúen con su política monetaria sin inmutarse en el segundo año tras el inicio de las intervenciones relacionadas con la pandemia, a pesar de los primeros indicadores de aumento de las tasas de inflación.
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