07.04.2021 -
La disputa entre EE.UU. y China continúa, incluso bajo el mandato de Joe Biden. Hablamos de lo que esto significa para los inversores a largo plazo.
Es probable que muchos europeos se sientan desilusionados estos días por el hecho de que Joe Biden no sea, aparentemente, el presidente estadounidense que tanto deseaban: el salvador que no solo consigue unificar su propio país, sino que también devuelve la paz al mundo entero y resuelve todos sus conflictos. Esta expectativa era, por desgracia, demasiado ingenua; y se debía a la suposición “osada” de que los gobiernos nunca actúan por cálculos políticos de poder. Sin embargo, el hecho de que los políticos europeos, al menos muchos de ellos, parezcan haber olvidado esta máxima en algún momento, no significa que esta forma de actuar no sea habitual para los representantes de otras naciones.
Al menos para los estadounidenses y para los chinos, como evidenció la disputa abierta en la reciente reunión de representantes de ambas partes en Anchorage, Alaska. Dicho de otra forma, al mundo casi no le importa si en la Casa Blanca está Biden, Trump o cualquier otro. La doctrina es la misma, aunque se llame de otra manera bajo la nueva administración estadounidense: ¡América sigue siendo la prioridad; America first!
Puede que Biden se presente como un tipo mucho más cultivado, fiable y conciliador; al fin y al cabo, él también es y seguirá siendo un hombre impulsado por los intereses tangibles de EE. UU., y estos se exponen claramente a través de las líneas de partido en una sola frase: seguir siendo una potencia mundial y mantener a China a distancia, (casi) por cualquier medio. A partir de ahí, la disputa por Alaska no debería sorprender a nadie. No es más que la expresión de un conflicto que acompañará al mundo durante mucho tiempo.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con los intereses de los inversores, sobre todo porque siempre hemos subrayado que los inversores nunca deben sobrevalorar las cuestiones políticas?
Sí, es cierto, pero “solo” 9 de cada 10 veces, como solemos señalar. De hecho, hay cuestiones políticas que, de cara al futuro, también son relevantes para los inversores. También lo es la carrera por el estatus de potencia mundial y todo lo que la acompaña.
La pregunta es: ¿Cuál de los competidores tiene ventaja competitiva?, ¿China o EE. UU.? Básicamente, la pandemia del coronavirus, por la forma en que se gestiona, crea una muy buena imagen de ambos bloques de poder, porque el conflicto no representa solo una competencia económica, sino también una competencia entre dos sistemas políticos y culturas.
China contuvo la COVID-19 desde el principio, especialmente a través de restricciones masivas pero aplicadas de forma constante al inicio de la pandemia. Los ciudadanos chinos han consentido y se han plegado a los dictados de Pekín (¿tenían otra opción?). ¿Constituye el sistema de partido único una ventaja competitiva? Casi lo parece, aunque esperamos que no.
En cualquier caso, el plan de China para hacer que el mundo dependa de ella es muy inteligente. Pekín se está posicionando y representando su papel como un socio comercial fiable, fiel a su lema: “Mis intereses son también los tuyos”. Al fin y al cabo, el gobierno siempre va un paso por delante. Una estrecha red de relaciones comerciales hace que recurrir a las sanciones no sea apropiado a largo plazo, porque las sanciones contra China no solo afectarían a este país, sino también a sus socios comerciales. Sería como sentarse en un tronco y serrarlo al mismo tiempo. En resumen, sería difícil ganar una guerra fría y económica contra China.
Por otro lado, EE. UU. fue considerado durante mucho tiempo como el perdedor de la pandemia, por un amplio margen, porque Trump no quería saber nada del virus, aparte de la constatación de que se originó en China. Biden, por su parte, ha hecho de la lucha contra la COVID-19 la tarea más urgente de su recién estrenado mandato. Su herramienta más importante, en términos de la economía estadounidense: ¡el dinero! Mucho dinero para renovar y construir infraestructuras para, en última instancia, ganar puntos en la competencia con China y para reforzar la “Sede EE. UU.”. Dicho de otro modo, EE. UU. intenta preservar su estatus de potencia mundial no tanto con alianzas estratégicas, sino sobre todo endeudándose.
Hemos calculado la cantidad de ayuda y subvenciones per cápita que el gobierno de EE. UU. ha dado en las últimas semanas y meses: hasta el momento son 30.000 dólares de deuda nueva para cada trabajador y cada mujer estadounidense para frenar el impacto del coronavirus. Las dimensiones parecen ridículas, sobre todo si se pone la cifra en relación con la renta media per cápita estadounidense de unos 50.000 dólares al año.
Esto nos lleva a un punto que es muy relevante para los inversores: la financiación a largo plazo de la deuda, que después del coronavirus va a ser mucho más grande de lo que ya era. ¿Quién va a querer pagar todas las ayudas y bonificaciones?
Al final, están los bancos centrales una vez más. No se pueden extender cheques tan cuantiosos sin tipos de interés bajos. Por lo tanto, advertimos que no se debe sobrestimar el aumento de las rentabilidades de los bonos que hemos visto recientemente en EE. UU., pero también en otras partes del mundo, debido al creciente optimismo económico y a las expectativas de inflación que lo acompañan. Tampoco se producirá esta vez una subida de tipos de interés, de la que se habló hace muchos años y que nunca llegó, aunque parece haber una renovada preocupación por ello. Lo cual, por cierto, no significa que no pueda haber una subida temporal de las rentabilidades de los bonos; sí, siempre la habrá, pero simplemente no creemos ni que sea sostenible ni que pueda serlo.
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