03.03.2020 -
La época de rápido crecimiento parece haber terminado. Bert Flossbach habla de sus expectativas sobre la economía mundial, de cómo es realmente de «sostenible» el crecimiento, y de qué podría significar para los inversores.
¿Cómo son las empresas que son interesantes para usted?
Bert Flossbach: Es importante que una empresa tenga una clara ventaja competitiva, que se refleje en unos márgenes de beneficios consiguientemente elevados. Esta ventaja tiene que ser sostenible, es decir, la empresa tiene que contar con una barrera de protección para defenderse de sus competidores. Por supuesto, si las condiciones generales cambian, debe comprobarse cuáles son las repercusiones sobre el modelo de negocio, la ventaja competitiva y la barrera de protección.
¿Y qué podría provocar que las condiciones generales cambiaran en un caso concreto?
Hay diversos ejemplos. Tomemos el caso de la transición energética y sus consecuencias para los proveedores; o, de cara al futuro, el debate sobre el clima, que podría hacer cambiar la demanda de los consumidores o los costes de producción de las empresas de distintos sectores. Por lo tanto, una rentabilidad sostenible también incluye la sostenibilidad ambiental o social, porque si una empresa falla en estas áreas, su posición competitiva seguramente se debilitará y la rentabilidad disminuirá.
¿A qué sectores podría afectar esto?
A los productores de carbón y a las petroleras, por ejemplo.
¿Quiénes saldrán ganando del debate sobre el clima?
Las empresas cuyos productos contribuyan a utilizar la energía de forma más eficiente y así ayuden a sus clientes a alcanzar sus objetivos de emisiones de CO2, o a reducir los costes. Un ejemplo serían fabricantes de bienes de consumo que mediante ofertas alternativas permitan reducir el consumo de carne y aumentar las tasas de reciclaje. De este modo, abren nuevas oportunidades de ventas y mejoran su imagen. Hemos abordado estos temas en reiteradas ocasiones en nuestras conversaciones con la dirección de las empresas en las que invertimos, y ya se han tomado algunas medidas razonables al respecto.
Sin embargo, es usted considerado un gran crítico de la inversión ASG...
Hemos analizado el tema meticulosamente desde el principio y lo hemos acompañado de una crítica constructiva. Eso es completamente distinto. Por eso también hemos firmado los Principios para la Inversión Responsable (PRI, por sus siglas en inglés) de la ONU: queremos hacer una contribución significativa al debate. Ni más ni menos.
Entonces, ¿qué es lo más le molesta?
Que se pretenda que el tema de la sostenibilidad puede tratarse o implementarse con toda facilidad, especialmente por el sector financiero. Tenemos que ser autocríticos. El concepto de sostenibilidad en sí: no hay una definición uniforme. Básicamente, todo puede interpretarse como parte de este concepto, y reinterpretarse si hace falta. No existe ninguna autoridad que pueda decir de manera generalmente válida y vinculante qué es sostenible y qué no lo es.
Precisamente para eso están las agencias de calificación...
¿Y cómo cree que pueden evaluarse miles de empresas mediante cientos de criterios más o menos vagos? Al final de este proceso nada transparente, se obtiene una «puntuación» o nota inteligible, pero que nadie entiende cómo se ha deducido, ni se supone que deba hacerlo. ¡Lo principal es que la calificación es correcta! La analogía con la crisis financiera es obvia.
Entonces, ¿las calificaciones no tienen ninguna relevancia para ustedes?
No hay nada de malo en leer los análisis ASG. Puede que nos hagan prestar atención a uno o u otro punto crítico, pero nada más. Nunca pueden sustituir a los análisis propios. Su catálogo estándar de preguntas no suele ayudar a captar adecuadamente la naturaleza de una compañía. Los analistas ASG a menudo hacen su valoración sin haber jamás contactado con la empresa, y mucho menos haberla visto desde dentro. Por eso hay que tomarse muy enserio el aviso legal de las agencias de calificación de que los análisis solo deben interpretarse como información adicional no vinculante.
¿En qué sentido?
Sin unos análisis propios, simplemente no sirve. Nosotros integramos unos criterios de sostenibilidad en nuestro proceso de análisis, en vez de subcontratarlo a un departamento centralizado, es decir, una oficina de ASG o lo que sea, porque el tema es simplemente demasiado importante. Para nosotros, la sostenibilidad no es una estrategia de marketing o de ventas, sino una parte esencial de nuestra filosofía de inversión, parte del ADN de la firma, por así decirlo. Por lo tanto, el tema no es nuevo para nosotros, sino que lo tenemos en cuenta desde que se constituyó la empresa. Lo único que es nuevo es la atención que se da al tema actualmente.
¿En qué se centran en su análisis?
En la G de «ASG». Por desgracia, el buen gobierno corporativo está totalmente subestimado. Porque este criterio no es tan tangible como el de las emisiones de CO2, por ejemplo, y no suena tan amenazante como el cambio climático. En cambio, el debate público gira casi exclusivamente en torno a la A de ambiental.
Cuéntenos por qué la G es tan importante en su opinión...
Un buen gobierno corporativo concilia los intereses de los directivos con los de las partes implicadas, especialmente los propietarios, es decir, los accionistas. Los directivos no solo deben tener las competencias técnicas necesarias, sino también un alto nivel de integridad. Tienen que pensar y actuar como si fueran propietarios: a largo plazo. O, dicho de otro modo, no deberían tratar de maximizar sus intereses personales.
Y ¿qué tiene que ver esto con sostenibilidad?
Si una empresa está bien gestionada, esto es positivo no solo para los accionistas, sino también para el medio ambiente y la sociedad. Sin embargo, esta relación no suele ser aparente a primera vista, porque un buen gobierno corporativo no es tan fácil de medir como la «huella de carbono» de una empresa.
¿Podría ser algo más concreto? Por ejemplo, ¿cuál es la relación con la «S» de social?
La responsabilidad social y unas buenas condiciones laborales, por ejemplo, redundan en beneficio de la imagen de una compañía y ayudan a contratar empleados cualificados que están solicitados. Esto, a su vez, contribuye al éxito de la empresa a largo plazo. No obstante, para ello hace falta que el modelo de negocio sea sostenible, es decir, que también tenga unos buenos resultados económicos. Esto, por otra parte, vale no solo en relación con la «S», sino también con la «A». Realizar inversiones solamente porque se desea hacer algo para el medio ambiente ha llevado a menudo en el pasado a una pérdida total.
¿Podría darnos algún ejemplo?
Tomemos el caso de las numerosas empresas de energía solar y eólica. En última instancia, una empresa solo puede tener una contribución positiva para el medio ambiente y la sociedad si es rentable y tiene suficiente dinero para investigación y desarrollo, para inversiones futuras. La ecología y la economía no son, por lo tanto, antagónicas: se condicionan y se necesitan mutuamente. Sin economía no hay ecología. En vez de resolver este supuesto antagonismo, se debate cada vez con más frecuencia y abiertamente sobre por qué el crecimiento económico es más perjudicial que útil.
¿Está eso tan fuera de lugar? ¿Qué pasaría si renunciáramos al deseo de crecimiento a perpetuidad?
Si la economía se contrae, aumenta el paro. La recaudación fiscal cae y los sistemas de seguridad social se derrumban, entre otras cosas, debido al cambio demográfico. Las consecuencias serían un paro generalizado, pobreza y graves conflictos sociales. El clima también resultaría afectado, porque ¿quién gastaría dinero para proteger el medio ambiente si debe lucharse por una mínima subsistencia?
Y ¿cómo pueden conciliarse a largo plazo economía con medio ambiente?
Los políticos tienen que atreverse, mediante unos sistemas de incentivos inteligentes, a promover una economía y un consumo respetuosos con el medio ambiente y, al contrario, penalizar las presiones sobre el mismo. Los economistas hablan de internalización de costes externos. Se fija un precio al uso de recursos y el bolsillo dicta lo que unos mensajes bienintencionados no logran hacer. Esto se aplica tanto a las empresas como a los hogares y, naturalmente, también al Estado, en cuyo caso, el bolsillo es el de los demás.
Por favor, denos algún ejemplo concreto.
Un alza de los precios del CO2, por ejemplo, sobre todo si se introdujera en toda la UE. Es más efectivo que una política de prohibición, porque fomenta la innovación y el desarrollo de nuevas tecnologías sin pretender controlar a los ciudadanos. Podría incluso contribuir a un milagro económico verde, un tipo de «Green New Deal», si se enfocara correctamente y orientara la energía de científicos, empresarios e ingenieros hacia la dirección correcta.
Muchas gracias por su tiempo.
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