07.11.2019 -
El BCE ha recortado la tasa de los depósitos al -0,5% y ha vuelto a lanzar el programa de compra de bonos, unas claras indicaciones de que los tipos de interés se mantendrán congelados durante un periodo prolongado.
La adopción de la política monetaria ultralaxa ha suscitado enormes críticas de algunos anteriores miembros de los bancos centrales de Alemania, Francia, Austria y los Países Bajos. Hace poco, han manifestado sus inquietudes por la continua situación de crisis y la pérdida de control de la inflación. Según ellos, las compras de bonos ya apenas surten ningún efecto y cada vez reflejan más la intención subyacente de proteger a los países muy endeudados frente a un aumento de los tipos. El objetivo de inflación simétrico, que permite que la tasa objetivo también pueda superarse, podría socavar la confianza de la población en el banco central y en la estabilidad del euro. Afirman que los tipos de interés artificialmente bajos contribuyen a una «zombificación» de la economía y a la aparición de burbujas de precios de los activos, que ponen en peligro la estabilidad del sistema financiero.
La política de bajos tipos priva a la generación más joven de la oportunidad de constituir una pensión para la jubilación mediante activos seguros de renta fija, lo que podrá provocar tensiones sociales. Otro punto objeto de crítica es el fenómeno del «reversal interest rate»: a partir de un umbral determinado, caídas adicionales en el tipo debilitan la posición de los bancos hasta un punto en que restringen la oferta de crédito, lo que afecta la economía y eleva el peligro de recesión. Por último, los autores señalan que el mantenimiento de la política monetaria ultralaxa hace que cada vez sea más difícil dar un giro.
En los últimos años hemos abordado estos puntos reiteradamente. En este sentido, siempre hemos llegado a la conclusión de que nadie podrá impedir al BCE que prosiga con su política monetaria actual al servicio del rescate del euro. No obstante, es de destacar la intensidad de las críticas de algunos exmiembros destacados de las autoridades monetarias y su consiguiente advertencia de que los bancos centrales corren el peligro de perder el control del proceso de creación de dinero. Así, la exhortación a la rectitud de la política monetaria del BCE suena como una llamada de alarma definitiva: «¿cómo se atreven?»
Sin embargo, a diferencia de Greta Thunberg, los autores parecen haber perdido la esperanza de un cambio, siendo muy conscientes de que el «punto de no retorno» de la política monetaria ya se ha realmente franqueado. Y en esta situación casi sin perspectivas, una mujer entra en escena para tal vez conseguir lo imposible. La nueva presidenta del BCE, Christine Lagarde, es una política experimentada, inteligente y con excelentes contactos, que pronto presidirá el banco central más complejo del mundo, con el futuro del euro en sus manos. Su predecesor, con su osada proclama de que mantendría la integridad del euro costara lo que costara («whatever it takes»), hizo frente a la peligrosa divergencia en los rendimientos de la zona euro y consiguió llegar de nuevo a una convergencia.
Su sucesora ahora debe estar a la altura de este cometido estratégico. Lagarde querrá evitar a toda costa una nueva crisis del euro en el transcurso de su mandato de ocho años. En cuanto a la política de tipos de interés a medio plazo, su antecesor ya marcó el rumbo.
Dada que los tipos de interés ya apenas proporcionan ningún estímulo, Christine Lagarde tendrá que intentar persuadir a los países de la UE para que adopten unas políticas fiscales más expansivas. Algunos deberían emprender reformas estructurales y consolidar sus presupuestos, otros gastar más dinero para reactivar una economía en desaceleración. Quizás incluso logre convencer a Alemania de que se aleje del «déficit cero» defendido de manera tan acérrima, lo cual, dados los tipos de interés negativos, no sería tan malo, siempre y cuando el dinero se invirtiera con una visión de futuro.
Mientras la economía de la zona euro se mantenga en una senda de crecimiento moderado, el BCE podrá mantener la impresión de que todavía es posible una normalización de la política monetaria. En caso de caer en recesión, unas nuevas rebajas de tipos tendrían un efecto como de sobredosis, porque debilitarían aún más a los bancos y restringirían el crédito, intensificando el efecto cíclico. Si, en cambio, se produjera una recuperación económica más sólida de lo esperado, el BCE podría, a lo sumo, efectuar unas subidas de tipos cosméticas. De lo contrario, causaría unas fuertes convulsiones en los mercados de capitales, que pondrían en aprietos a muchos deudores y desencadenarían una implosión de los precios inmobiliarios, una situación que tampoco sería deseable. Por lo tanto, todo se reduce a un escenario de ir saliendo del paso («muddling through»): los tímidos esfuerzos de normalización y unas nuevas medidas de relajación se van alternando, mientras vaya siendo posible.
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