12.11.2020 -
El mundo es frágil y no solo desde la COVID-19. Esto no debería cambiar ni siquiera «después del coronavirus». Este entorno no facilita precisamente las cosas a los inversores. La pregunta es cómo deben reaccionar.
Creemos que los inversores tienen tres opciones para invertir su dinero: primero, confiar en la omnipotencia de los bancos centrales para poder resolver cualquier crisis. Segundo, apostarlo todo en la próxima gran crisis del sistema financiero. O, tercero, elegir una estrategia de inversión sólida con suficiente protección frente al riesgo para salir de las crisis más o menos ilesos sin sacrificar la mayor parte de la rentabilidad potencial.
Los inversores que eligen la opción 1 subestiman los riesgos y la fragilidad del sistema financiero a largo plazo. Viven confiando en un mundo con continuidad. La mayor parte de su patrimonio se invierte en productos de tipo de interés con rentabilidades cercanas a cero. El entorno de tipos de interés cero no les preocupa demasiado: «todo va a ir bien». Los cambios de estructura y tendencia simplemente no ocurren en su mundo. Esto es algo conveniente, pero a largo plazo supone una amenaza para el patrimonio. Básicamente este tipo de inversor se comporta como un pavo: vive sin preocupaciones. Día tras día va pavoneándose por el corral, hasta que llega el Día de Acción de Gracias y termina en el horno.
Los inversores que prefieren la segunda variante de inversión se comportan exactamente al revés: siempre esperan lo peor y apuestan por el gran colapso. Consecuentemente, toman posiciones en los mercados de futuros (esto afecta sobre todo a a los profesionales) o estructuran su patrimonio de manera monotemática, por ejemplo invirtiendo todo en oro y enterrándolo en el jardín. Su problema es que no saben cuándo se va a producir el derrumbe; un colapso como el que hubo en primavera no suele ser habitual. Puede llegar mucho más tarde de lo que podrían haber pensado los que apostaron por él. Como una apuesta de este tipo es muy costosa, es posible que la apuesta se pierda en su mayor parte antes del derrumbe.
Queda la tercera opción de inversión: una estrategia de inversión sólida. Su esencia es una cartera con una base amplia que consta de varias clases de activos y valores individuales. En las fases turbulentas, la estrategia debe ser lo suficientemente resistente como para limitar las pérdidas a un nivel aceptable: algo que fue fácil de entender durante la pasada primavera. En épocas de tranquilidad permite alcanzar unos buenos rendimientos. ¿Pero cómo podría ser concretamente la estrategia?
Hay varias maneras de invertir su dinero sabiamente. En última instancia, esto depende de las preferencias personales y de la percepción del riesgo de cada inversor. Por lo tanto, no pretendemos establecer reglas. Las siguientes explicaciones se deben entenderse más bien como indicaciones que se originan con nuestro conocimiento y experiencia en la gestión patrimonial.
En este sentido, creemos que una estrategia de inversión debe seguir unas pautas claras. Por ejemplo, un patrimonio siempre debe estar diversificado ampliamente, es decir, con una distribución adecuada de los activos: no invertir todo en un depósito, ni todo en renta fija, ni todo en renta variable o metales preciosos. La diversificación refleja la perspectiva del inversor de que no puede predecir el futuro, pero sí que puede prepararse lo mejor posible para él. El clásico enfoque multiactivos.
Y, en nuestra opinión, esto no significa únicamente repartir el patrimonio entre distintas clases de activos y títulos, sino también entre distintas monedas. Un inversor de la zona euro hará bien en no tener todo su dinero colocado en su propia moneda, sino también en otras divisas «más fuertes».
Pero incluso si ha hecho todo esto –diversificado el patrimonio entre distintas clases de activos, títulos y divisas–, aún debe combinar de forma apropiada los distintos componentes. ¿Cuál debe ser el porcentaje de renta variable si los bancos centrales prácticamente han abolido los intereses? ¿Qué significa esto para la asignación a renta fija, que se supone que debe estabilizar la evolución de la cartera? ¿Y cuál debe ser la proporción de oro (con respecto a las demás clases de activos) para que el metal precioso pueda cumplir su función de seguro? La selección de los títulos individuales también es importante. No es raro que se construyan escenarios en los que hay diferentes valores que resultan ser igualmente arriesgados.
La composición de una cartera se deriva del entorno del mercado de capitales: cuáles son los factores más importantes que influyen en las bolsas a largo plazo, cuáles son los riesgos que conviene evitar. La estructura del patrimonio debe tener esto en cuenta y debe poder ajustarse con flexibilidad a lo largo del tiempo.
En nuestra opinión, una característica esencial de una estrategia de inversión robusta debería ser la calidad de los activos en los que se invierte. Creemos que apostar por temas de moda (a corto plazo) no es muy prometedor en el mercado de valores e implica, a menudo, un juego de azar. En su lugar, es mucho más importante examinar la esencia de una inversión, el nivel de ingresos que genera a largo plazo y, sobre todo, su previsibilidad. Por lo tanto, los inversores deberían plantearse siempre estas preguntas: ¿cuál es el grado de solidez del modelo de negocio de una empresa y los ingresos que genera? ¿Hay unas distribuciones de dividendos periódicas y fiables? ¿Cómo es de buena la dirección de una empresa? La calidad perdura a largo plazo, y esto también vale a la hora de invertir dinero. Esto es aún más cierto desde que la COVID-19 tiene el mundo en ascuas. El virus no solo amenaza nuestra salud, sino también a las empresas cuyo modelo de negocio no es lo suficientemente sólido.
El precio es lo que se paga y el valor, lo que se recibe. Al igual que hacen los buenos comerciantes con la compra y la venta de sus productos, los inversores deberían, en nuestra opinión, analizar atentamente el valor de las empresas en las que desean invertir. ¿Es el precio posiblemente bastante superior al valor potencial del activo? ¿O es adecuado, o aún mejor, inferior al valor real? Los inversores nunca deberían dejarse llevar por los excesos de las bolsas, sino dirigir su atención al valor real de los activos.
La flexibilidad es igual de importante: solo con un colchón de liquidez se pueden aprovechar las oportunidades de inversión cuando se presentan. Antes o después, esto pasará. No obstante, ello por sí solo no basta. Creemos que el concepto de flexibilidad y, por tanto, también el de liquidez deben entender de forma mucho más amplia. Antes de comprar cualquier activo que pueda ser potencialmente interesante para un inversor, debe comprobarse si se puede vender con facilidad de ser necesario. ¿De qué sirve una inversión si no hay un mercado para la misma cuando se necesita? Asimismo, los inversores deben prestar atención a la solvencia. La suya propia, pero también la de las empresas cuyas acciones o bonos adquieren. La solvencia es la condición necesaria para la independencia y la capacidad de actuar; en cambio, un elevado endeudamiento es la causa más frecuente de quiebras y pérdidas patrimoniales.
Quien considere todo esto: diversificación, calidad de los activos, flexibilidad, solvencia y valor, construye un muro imaginario contra las tormentas recurrentes en los mercados de valores. En cualquier caso, la protección que ofrece este muro no significa, por supuesto, que un inversor nunca sufrirá pérdidas. Desafortunadamente no existe tal protección, aunque nos gustaría tenerla. Sin embargo, la pared debe ser lo suficientemente estable para soportar las tormentas.
Es probable que el elemento más importante de una cartera con una base tan amplia sean las acciones de empresas de primera clase a largo plazo, por nombrar una clase de activos a modo de ejemplo. En un mundo sin intereses, estas son cada vez más importantes, incluso indispensables, para la preservación e incremento del patrimonio.
Hay que reconocer que las valoraciones en los mercados de renta variable han aumentado notablemente en los últimos años; el repunte después de la caída de las cotizaciones en primavera parece francamente inquietante. Según el índice bursátil utilizado como referencia, la ratio promedio precio/beneficio (PER) se aproxima o incluso supera la media histórica. ¿Esto significa que las acciones son demasiado caras? Básicamente, esto depende de la empresa respectiva, de la evolución del negocio, el flujo de caja, las perspectivas de beneficios y las ventas.
Sin embargo, el balance de una empresa no es el único factor decisivo para su valoración bursátil. El tipo de interés también es importante como valor de referencia. O dicho de otra forma: el atractivo del mercado de renta variable depende, entre otras cosas, de lo atractivas que sean las alternativas de inversión de que disponga el inversor. Si obtiene un cinco por ciento por su bono del Estado a diez años (con una tasa de inflación del dos por ciento), entonces con razón dudará en comprar una acción con una valoración superior a la media. ¿Pero qué pasa si el mismo bono del Estado ya no tiene una rentabilidad o si el inversor incluso tiene que pagar una prima por él hasta el vencimiento?
En nuestra opinión, cuanto más bajo sea el nivel de rentabilidad (sostenible) de los bonos, mayor debería ser la valoración de las acciones, siempre que su calidad sea la correcta. Por lo tanto, el atributo de solidez no solo se refiere a las diversas clases de activos y su composición, sino también a los títulos individuales. La cartera es la suma de sus partes.
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