17.09.2019 -
El fin del impuesto planeado sobre las transacciones financieras es frenar la especulación. No obstante, el impuesto excluiría precisamente los derivados, que desencadenaron la crisis financiera de 2008.
Olaf Scholz, el ministro de Finanzas alemán, es un fan del denominado impuesto sobre las transacciones financieras, que gravaría las compras de valores. El argumento, basado en unas vagas esperanzas, es que contribuiría a hacer los mercados financieros más seguros y a evitar que se repita una crisis financiera, pues encarecería las operaciones especulativas: se reprimiría en cierta medida a los jugadores. Por lo menos, eso es lo que se está intentando vender a la opinión pública.
Sin embargo, si se examina en más detalle el borrador actual sobre la introducción del impuesto, encontramos algunas sorpresas. Efectivamente, el impuesto sobre las transacciones excluiría precisamente los derivados, es decir, aquellos valores empaquetados, intrincados y en su mayoría incomprensibles para los legos en la materia, que hace once años desencadenaron la crisis financiera mundial. Lo mismo vale para los operadores de alta frecuencia: los compradores que solo mantienen los valores durante una fracción de segundo para inmediatamente recoger ganancias.
La conclusión es que quienes traten de obtener un beneficio rápido, es decir, los jugadores y cazadores de fortunas, podrán seguir haciéndolo como hasta ahora. Casi podría afirmarse que incluso se ven recompensados. ¿Alguien lo entiende? Nosotros, no.
En cambio, el impuesto penaliza otra forma de inversión –la renta variable– y, por ende, sobre todo a los inversores orientados al largo plazo. Por ejemplo, quienes ahorran para su pensión invirtiendo durante muchos años en un fondo de renta variable. Bert Flossbach, mi socio, acertó al afirmar recientemente que sería como introducir un impuesto ecológico sobre los productos sostenibles con el pretexto de proteger el medio ambiente y mejorar la salud de la población.
Muchos inversores todavía creen que las entidades financieras son las que pagarían el impuesto y que no afectaría a quienes no inviertan directamente en acciones. Por desgracia, ambas cosas son erróneas. Las entidades financieras solo estarían aplicando el impuesto. Al final, pagarían los accionistas, lo que también incluye a los titulares de fondos o de pólizas de seguros.
El problema del «impuesto sobre las transacciones financieras» no es solo que grava las formas de inversión y los inversores que no debería, sino también el entorno de inversión. Los tipos de interés permanecen bajos, como seguramente todo el mundo reconoce ahora; el propio Olaf Scholz, un fan de las cuentas de ahorros, según ha afirmado él mismo. Entonces, ¿por qué reflexionan, él y representantes de otros partidos, sobre prohibir que los bancos cobren intereses negativos a los ahorradores (lo que, además, no serviría de nada, porque los bancos seguramente cobrarían comisiones por otra parte)? Cualquiera que suponga que los tipos de interés van a volver a subir pronto no debería prestarse a tales reflexiones.
En un mundo de tipos de interés a cero, los inversores necesitan alternativas. La renta variable podría ser una de ellas. Es un componente importante, entre otros, para mantener el patrimonio a largo plazo. Quien tiene paciencia y tiempo y se centra en acciones de empresas de gran calidad, no tiene por qué temer las fluctuaciones de precios temporales. Puede esperar y mientras tanto obtener dividendos.
Esta alternativa ahora se encarecerá. Creo que eso encaja de alguna manera en el panorama. La renta variable tiene pocos defensores en Alemania. Eso siempre ha sido así; y siempre ha sido un error, incluso una negligencia. Ahora, aún lo es más.
El ministro de Finanzas tendría que hacer precisamente lo contrario, es decir, promover el ahorro para pensiones mediante incentivos a la inversión en renta variable a largo plazo. ¿Por qué no deberían las plusvalías de las acciones quedar exentas de impuestos después de tres, cinco, ocho o diez años? Lo mismo vale para los compradores de inmuebles. Olaf Scholz ayudaría mucho más a quienes ahorran para el futuro y, por ende, los planes de pensiones privados en conjunto que prohibiendo los tipos negativos.
La columna de Kurt von Storch apareció en el periódico alemán Rheinische Post.
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