21.02.2020 -
Es probable que las rentabilidades de los próximos diez años sean más modestas que en la última década. Pero ¿hay alternativas a las acciones?
Tipos de interés cero o negativos, rentabilidades negativas en muchos bonos tradicionalmente considerados seguros, y niveles de récord en los precios inmobiliarios. En los próximos diez años, quien quiera aumentar su patrimonio lo tendrá muy difícil para esquivar las acciones.
Para invertir en esta clase de activo conviene pensar a largo plazo, es decir, a diez años o incluso más, puesto que a corto plazo es imposible predecir con fiabilidad los altibajos de los mercados bursátiles. En cambio, en el largo plazo se imponen los hechos económicos, aunque no todas las décadas recompensan la paciencia de los inversores como lo ha hecho la anterior.
Un simple vistazo a los dos últimos decenios basta para darse cuenta de que el nivel de partida de las cotizaciones no es un detalle baladí en el caso de la renta variable. Por ejemplo, el año 2000 arrancó con valoraciones altas en pleno apogeo de la euforia tecnológica. Entonces, la burbuja tecnológica estalló y muchos inversores sufrieron pérdidas. Aquella fue también la década de la crisis financiera, y los inversores que en aquel entonces apostaron por el índice bursátil MSCI World tuvieron que enfrentarse a finales de los 2000 a un resultado negativo. A principios de 2010, las previsiones para la década eran lógicamente modestas, las cotizaciones bajas y las valoraciones relativamente reducidas, y el rendimiento para los que invirtieron en el MSCI World fue de casi dos dígitos de media durante toda la década de 2010.
Así pues, la década pasada fue muy fructífera para los inversores de acciones, aunque los resultados variaron mucho según la región de la inversión. El índice bursátil alemán Dax, que engloba tan solo 30 acciones, fue el que menos convenció: la diversificación insuficiente, la escasez de empresas de crecimiento, el exceso de grupos industriales cíclicos y los malos resultados de los proveedores de energía y los bancos le hicieron quedar muy por detrás del índice norteamericano S&P 500. La clave del éxito de los valores estadounidenses fue la elevada proporción de acciones tecnológicas como Apple, Amazon, Alphabet, Facebook y Microsoft, el rápido crecimiento de los proveedores de servicios de pago como Visa o Mastercard, la reforma fiscal en EE. UU. y por último, pero no menos importante, la fortaleza del dólar, que también catapultó el rendimiento del MSCI World para los inversores en euros.
La década recién estrenada no empieza ni con la euforia de los primeros diez años del milenio ni con las bajas cotizaciones y valoraciones del segundo decenio. Entonces, ¿en qué punto estamos ahora mismo?
Esta estimación aún no tiene en cuenta el bajo nivel de los tipos de interés. Efectivamente, en los últimos años las valoraciones de la renta variable han recibido un impulso debido a los bajos tipos, aunque relativamente reducido por ahora en relación con la renta fija o los activos inmobiliarios. Esto puede tener dos causas: que los inversores sigan sin creerse que los tipos de interés se mantendrán bajos a largo plazo o que desconfíen del potencial de crecimiento de los beneficios empresariales a corto plazo.
Las perspectivas de estos beneficios dependen del crecimiento económico futuro, de la inflación y de la evolución del margen de beneficios (después de impuestos). A su vez, en estos factores influyen otras variables como la evolución demográfica, las tendencias sociales, las innovaciones tecnológicas, los costes del cambio climático y las decisiones políticas y de los bancos centrales, que van ligadas a dichos factores. Lógicamente, estos no son fáciles de pronosticar.
El potencial de ventas y beneficios de las empresas en una cartera global se basa ante todo en el crecimiento de la economía mundial, cuyas tasas de crecimiento han seguido una tendencia a la baja desde los años cincuenta, sobre todo en los países industrializados occidentales. En cambio, el crecimiento ponderado por los tipos de cambio de la economía mundial en las últimas cuatro décadas ha sido relativamente constante, del 3% real. El auge de China, cuyo producto interior bruto desde el inicio del milenio ha escalado de 1 billón a 14 billones de dólares estadounidenses, ha tenido una contribución considerable al crecimiento de la economía mundial en los últimos diez años, que ascendió al 2,9%, aún más que en las dos décadas anteriores.
Sin embargo, el desarrollo demográfico de muchos países industrializados y de China está frenando el potencial de crecimiento, ya que cabe esperar un estancamiento de las cifras de población y un envejecimiento de las sociedades. Mientras tanto, hay una escasez de mano de obra cualificada que muchas empresas consideran ya un obstáculo importante para el crecimiento y que probablemente se verá agravada por la jubilación de los nacidos en la generación del baby boom.
En conjunto, a largo plazo, las acciones de calidad tienen la mejor relación rentabilidad-riesgo en comparación con otras inversiones. Sin embargo, la década que tenemos por delante traerá probablemente rentabilidades más modestas en general que el decenio pasado.
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