Sociedad
China está cada vez más lejos de Occidente. El entusiasmo por las posibilidades económicas en apariencia infinitas ha dado paso a la desconfianza. ¿Qué opinan realmente la población china?
LEHR: Philipp, hace poco estuviste en China. ¿Por qué?
VORNDRAN: Empecemos por reformular la pregunta: ¿y por qué no? China es uno de los socios comerciales más importantes para los europeos, sobre todo los alemanes. Siempre me ha fascinado ese país.
LEHR: ¿Cómo describirías China?
VORNDRAN: Fijémonos, por ejemplo, en Shanghái: ¡la ciudad se ha hecho mayor! Algunas de sus infraestructuras dejan atrás a las de los países occidentales. El carácter caótico, el despertar de principios de los 2000, es decir, todo eso que veíamos en los reportajes de la tele sobre los florecientes países emergentes —los enjambres de ciclomotores y las furgonetas tocando el claxon como locas— es cosa del pasado.
LEHR: ¿Y cómo es ahora?
VORNDRAN: Las calles de Shanghái están ahora más tranquilas; sigue habiendo tráfico, pero no hay ni punto de comparación. Por la ventanilla del taxi ves parques y avenidas. El paisaje urbano es más verde que gris. Es más, una partenada desdeñable de los oches funcionan con motores eléctricos, incluidos los taxis. ¿Y quién los fabrica? Pues ahora, en muchos casos, los chinos.
LEHR: Antes ibas mucho por allí. ¿Ha cambiado el país?
VORNDRAN: Sí, sin ninguna duda.
LEHR: ¿En qué sentido?
VORNDRAN: China se basta a sí misma.
LEHR: ¿Qué quieres decir?
VORNDRAN: Hoy en día no vas a ninguna parte con el inglés, ni siquiera en Shanghái. Si no hablas mandarín, necesitas un traductor. Antes no era así. Y para pagar un billete de metro o la cuenta de un restaurante necesitas Alipay o WeChat Pay, a ser posible asociado a una cuenta china. Ya casi nadie acepta tarjetas de crédito occidentales. La muralla china imaginaria es más alta de lo que parece desde el otro lado, el occidental.
LEHR: Es lógico entonces que los chinos viajen cada vez menos.
VORNDRAN: Así es. Antaño, los grupos de turistas chinos tenían mala fama en Occidente. Cada año había más, hasta que llegó el coronavirus. Desde entonces, los chinos prefieren quedarse en casa, también por las presiones de la dirección del partido.
LEHR: ¿Qué opinión te merece esa evolución?
VORNDRAN: Pekín se está desmarcando, y eso no es bueno.
LEHR: Tú hablas mandarín. ¿Qué dicen los chinos al respecto?
VORNDRAN: Lo hablo regular, así que tampoco se puede esperar mucho. Pero sí me sirve para hacer preguntas, sobre todo a los chinos más jóvenes. Ellos son el futuro. Lo que enseguida queda claro es que la distancia que se percibe hacia Occidente es hoy mucho más grande que antes. En la mayoría de los casos, las preguntas sobre las relaciones con Europa o EE. UU. las responden
con otra pregunta.
LEHR: ¿Y cuál es?
VORNDRAN: «¿Qué os hemos hecho realmente?
LEHR: ¿Qué quieren decir con eso?
VORNDRAN: Que los países de Occidente temen sobre todo una cosa: perder su poder e influencia. Tan sencillo como eso.
LEHR: Antes no era así…
VORNDRAN: Aún recuerdo bien la época
de las crisis financieras: 2007, 2008. En aquel entonces, los economistas hablaban de la posibilidad de que los países emergentes se desmarcaran de las naciones industrializadas. Se hacía hincapié sobre todo en el papel de China como locomotora económica. La economía mundial estaba cada vez más fusionada. La globalización se acercaba a su punto álgido. Hoy, dos presidentes de EE. UU., una pandemia y una guerra en Ucrania después, el término «desmarcamiento» se ve con otra luz, una luz atenuada. La globalización está dando marcha atrás.
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