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Sociedad
6 Minutos

¿Quién es el tonto aquí?

- Julian Marx

Los demás países son injustos: esa es la queja habitual con la que el presidente de EE. UU., Donald Trump, respalda la alusión al déficit comercial estadounidense y la imposición de aranceles. Sin embargo, sus 300 millones de conciudadanos han actuado hasta ahora con bastante inteligencia desde el punto de vista económico. 

 

«La UE es muy injusta con nosotros»: así anunció recientemente el presidente de EE. UU., Donald Trump, la imposición de un arancel a las importaciones de automóviles. A partir del 2 de abril, EE. UU. prevé aplicar un arancel extraordinario del 25 % a todos los turismos que no se fabriquen en su territorio. El anuncio de barreras comerciales contra México y Canadá fue similar. A primera vista puede que el proceder del presidente norteamericano no parezca tan descabellado: el continuo anuncio de nuevos aranceles sobre las importaciones estadounidenses o el incremento de los ya existentes tiene como fin contrarrestar el gigantesco déficit comercial del país.  

El planteamiento es muy sencillo: lo que se pretende aumentando las tarifas es inducir un cambio en los hábitos de consumo e inversión. En el futuro, por ejemplo, podría ser necesario que los fabricantes de automóviles no estadounidenses produjeran allí los coches que se venden en EE. UU. para no quedarse rezagados en la carrera de precios contra los fabricantes norteamericanos, dado que los vehículos de producción nacional, al no estar sujetos a aranceles, pueden venderse a un precio más bajo. Esto debería reducir las importaciones y rebajar el enorme déficit comercial del país.  

Y es que el déficit comercial estadounidense no deja de batir récords: en 1994, el déficit del comercio de mercancías en EE. UU. era de al menos 10.000 millones de dólares al mes o más del 2 % del producto interior bruto anual; casi 30 años después, en 2021, se registró por primera vez un déficit mensual en el comercio de bienes de más de 100.000 millones de dólares. El superávit de la balanza de servicios puede compensar parte del déficit del comercio de mercancías, pero, en conjunto, el déficit comercial de bienes y servicios de EE. UU. ascendió el año pasado a 918.000 millones de dólares. Trump considera que esta cifra negativa es «injusta» y una situación «inaceptable». 

La causa es más profunda 

Sin embargo, la errática imposición, retraso o cancelación de aranceles bajo la administración Trump no resulta muy tentadora para las empresas. Desde luego, no ofrece la seguridad de planificación necesaria para que las empresas tomen una decisión de inversión a largo plazo y lleguen a construir nuevas plantas de producción en EE. UU. Además, la causa del déficit comercial estadounidense es más profunda y es probable que esté estrechamente relacionada con el estatus del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial. 

Esta situación hace que EE. UU. atraiga dinero extranjero casi por arte de magia, lo que, por decirlo en pocas palabras, se traduce en una apreciación crónica del dólar. Esto puede observarse en los activos exteriores netos de EE. UU.: a finales del tercer trimestre de 2024, los extranjeros habían invertido en EE. UU. unos 23.600 billones de dólares más de lo que los ciudadanos estadounidenses habían invertido en el extranjero. Y este «déficit» de activos exteriores netos es básicamente una imagen invertida de la balanza comercial estadounidense. El déficit comercial total de EE. UU. en los últimos 30 años ha sido de casi 15,7 billones de dólares. 

Pero esto no es un problema para sus ciudadanos. Al fin y al cabo, los extranjeros se afanan en comprar a cambio títulos de deuda estadounidenses, que según las últimas cifras ascienden a unos 17 billones de dólares, de los que casi la mitad eran deuda pública. En pocas palabras, los estadounidenses pueden utilizar su moneda nacional para endeudarse en el extranjero y para ir de compras fuera de EE. UU., un privilegio que vale su peso en oro y que a los estadounidenses no les viene nada mal. 

Una ventaja para los estadounidenses 

El patrimonio que han acumulado los hogares en el país de las oportunidades inagotables no tiene parangón: según la Reserva Federal, a finales del año pasado los ciudadanos estadounidenses poseían activos financieros por un valor total cercano a los 129 billones de dólares, unos 120 billones de euros. Así pues, el ciudadano norteamericano medio tenía un patrimonio de unos 350.000 euros. Aun teniendo en cuenta las deudas, la media de activos financieros netos per cápita supera ligeramente los 290.000 euros. 

Para la mayoría de los demás países, esto es algo con lo que solo pueden soñar. En la rica Suecia, la media de activos financieros netos apenas llega a la mitad. En Alemania, el patrimonio medio ni siquiera alcanza un tercio del estadounidense. Ahora bien, el patrimonio es solo uno de los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de evaluar el nivel de bienestar de un país o de sus familias, porque no dice nada, por ejemplo, sobre la distribución de la riqueza dentro de una sociedad ni tiene en cuenta los activos inmobiliarios. Pero una cosa está clara: es evidente que a los estadounidenses les ha ido bastante bien con décadas de déficit comercial. 

¿Los tontos estadounidenses? 

Así pues, Trump debería replantearse su razonamiento en su autoproclamado papel de «negociador». A fin de cuentas, nadie ha engañado a los estadounidenses con prácticas comerciales «injustas». El «injusto» déficit comercial de EE. UU. también puede tener otros responsables aparte de los malvados extranjeros que venden sus productos en el país: a saber, las empresas y los hogares estadounidenses, que llevan años tomando lo que el presidente considera «malas decisiones» y que han contribuido a que se importe más de lo que se exporta. Entonces, ¿las críticas de Trump no deberían dirigirse menos a los extranjeros y más a los «tontos» de los estadounidenses? ¿O resulta que al final, tras un análisis extremadamente superficial de la situación, alguien está equivocado? 

En cualquier caso, el éxito económico de EE. UU. indica claramente que las decisiones de consumo e inversión de los ciudadanos estadounidenses no pueden haber sido tan malas. Con déficit comercial o no, en ningún otro lugar del mundo se ha acumulado tanto patrimonio. En vista de las décadas de actividad económica, los estadounidenses no parecen tener un pelo de tontos. Todo lo contrario. 

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